Dune, la novela de Frank Herbert de 1965, galardonada con el premio Hugo y el primer premio Nébula a mejor historia de ciencia ficción y catalogada como la novela de dicho género más vendida hasta la fecha, al fin consolidó una adaptación a la altura de una leyenda. Ya en los años 80’s David Lynch intentó lograr la hazaña de llevar esta historia a la pantalla grande con un frio recibimiento de la crítica. Conocida es también la versión surrealista y nunca acabada del chileno Alejandro Jodorowsky que nunca vio la luz, quien ya por ese entonces hablaba de una historia excesivamente compleja de adaptar y que le requeriría al menos 12 horas de metraje. Evidentemente la idea no prosperó aun contando con grandes rostros del mundo artístico como Moebius y H.R. Giger. Cómo habrá sido de desmedido dicho proyecto que iba a ser musicalizado por los mismísimos Pink Floyd y Salvador Dalí en persona personificaría al emperador de la novela.
Más tarde llegarían varias iteraciones que llevaron la historia a miniseries para la televisión, videojuegos y juegos de mesa. Sin embargo, ya hace algunos años se confirmó una adaptación a manos de uno de los más grandes exponentes de la ciencia ficción moderna; hablamos de Denis Villeneuve (Arrival, Sicario) quien habría logrado un acuerdo con Warner Bros. luego de su exitosa “Blade Runner 2049”. Rápidamente el tren del hype empezó un largo viaje que duró 5 años hasta que finalmente se estrenó luego de multiples retrasos por culpa del coronavirus. Evidentemente, el peso de la historia se hizo presente para muchos seguidores de las novelas de Herbert, que veían como imposible la tarea de una adaptación fiel de la historia.

Los Harkonnen abandonan Arrakis por orden imperial.
Pero ¿Porqué es tan difícil (o era) de adaptar la historia de Dune al formato audiovisual? Esto ocurre debido a que la naturaleza de esta novela ocurre no solo a nivel físico y tangible, si no que también en un plano psicológico muy profundo. En un universo repleto de religiones, casas y linajes que se pelean el poder de un imperio galáctico, el enredo de lenguas, signos y pensamientos en la escala que lo plantea la historia, puede ser abrumador por decir lo menos.
Sin embargo, Denis Villeneuve se dedica en gran parte de la película a tratar estos temas con el debido respeto que merecen para no dejar nada a la deriva. Cada escena, cada símbolo, cada pausa esta pensada para que el espectador sea capaz de apreciar la escala de lo que ocurre en pantalla. Y es por lo mismo que esta adaptación solo cubre la primera mitad de la novela. Con cautela, la película va desenredando los misterios y tradiciones que trae consigo este basto universo.
“Los sueños son mensajes de lo profundo.” Aparece escrito en la pantalla, con una voz gutural y salvaje entonando esta frase en un lenguaje inentendible. Inmediatamente la música de Hans Zimmer y los créditos iniciales nos llevan a Arrakis, un planeta indómito donde el agua escasea a tal punto que casi toda la superficie esta cubierta por un inmenso desierto. En él, vive el pueblo de los Fremen quienes han aprendido a sobrevivir casi sin agua, sin embargo este árido planeta también es la única fuente en toda la galaxia de la especia melange, un alucinógeno que es capaz de alargar la vida de quienes la consumen y les proporciona el poder para ver el futuro.

Los Fremen, pueblo originario de Arrakis.
Dune nos presenta a una humanidad del futuro muy distinta a la mayoría de las historias futuristas que hemos visto. En este imperio galáctico no existen las computadoras y todo uso de ellas o de robots esta completamente vedada. La humanidad ha decantado por una sociedad basada en las religiones, el misticismo, el conocimiento puro y los poderes asociados a la especia. Esta última es la que permite a los navegantes de la cofradía poder doblar el tiempo y el espacio y de esta manera poder viajar a través de la galaxia. Por lo tanto, todo el imperio esta a merced de una única moneda de cambio, que solo puede ser encontrado en Arrakis, o como la llaman muchos: Duna.
Muchas de estas cosas la película no las cuenta, sin embargo la novela tampoco, pero es interesante de saber para entender la escala de esta historia que ocurre a un nivel muy distinto de otras sagas de ciencia ficción. Dune logra verse de esta particular manera, con un fuerte nivel de misticismo y tradiciones al mismo tiempo que logra proyectar un futuro infinitamente lejano. Todas las máquinas, la arquitectura y los paisajes están construidos a la escala imperial, tan grandes que dejan al espectador sin aliento. Hasta la duración de la película esta hecha bajo esta escala, con un poco más de dos horas y media de metraje.

Nave de la Cofradía, doblando el tiempo y espacio.
El elenco es otro gran acierto por parte de la producción, con un inevitable Timothée Chalamet en el rol protagónico de Paul Atreides, quién junto a su padre el Duque Leto Atreides, (Oscar Isaac) y su madre Dama Jessica, (Rebecca Ferguson) han heredado el feudo y derecho de usufructo del planeta desértico, comandado hasta ese entonces por la familia del Baron Vladimir Harkonnen quien hará del antagonista de esta epopeya. Este último es interpretado por Stellan Skarsgård con un increíble trabajo de maquillaje corporal completo que lo hace ver siniestro y repugnante. Así mismo, el enigmático papel de Zendaya y los emotivos momentos de Duncan Idaho (Jason Momoa) y Gurney Halleck (Josh Brolin) hacen que independiente quién esté en pantalla siempre haya un desplante actoral importante que hace que la historia se mantenga creíble y tangible.

Jessica Atreides, interpretada por Rebecca Ferguson
Hans Zimmer es definitivamente la guinda de la torta, quién al igual que el director, ha soñado desde su infancia en trabajar en esta producción. Como acérrimo fanático de la saga, decidió un acercamiento a la composición musical bastante particular. En conjunto con Denis, decidieron que si iban a contar la historia de estas culturas del futuro, pertenecientes a planetas lejanos y perdidos en la galaxia, los instrumentos debían responder a dicha cultura y no a la terrestre que conocemos tan bien. Por lo mismo, la producción decidió crear instrumentos nuevos y herramientas sonoras que permitieran crear sonidos vagamente reconocibles, pero que respondieran a las distintas subculturas que coexisten en esta historia. De la misma manera, diversos lenguajes fueron creados para estos pueblos que hacen que la película resuene constantemente a algo lejano pero con una profunda identidad cultural que se nos va revelando de maneras sensoriales muy bien desarrolladas.

Nave de la escolta imperial en Caladan, planeta natal de los Atreides.
Dune es una obra magistral, un imposible en tiempos modernos donde pareciera primar más la velocidad de consumir el contenido que la sustancia de este. Una obra de una duración extensa que nos deja con hambre de más, que se toma los tiempos para contarnos tan solo la introducción de la novela de Herbert, prometiendo una segunda parte por todo lo alto.
Solo recomendamos ir a verla en el cine mientras puedan con su pase de movilidad para los que vivimos en Chile, porque la escala de esta película, exige que la pantalla en la que se exhiba sea a nivel imperial.