I’m Thinking of Ending Things es una experiencia avasalladora. Exigente y de una tensión constante y oprimente que se libera a ratos en pequeños claros de entendimiento. Un mar de caos psicológico, con pocos momentos para respirar y ver la superficie en su conjunto. Es que no hay palabras para describir el viaje que Charlie Kaufman (“Synecdoche, New York”, “Anomalisa”) nos tenía preparado con esta exploración de una mente forzada en soledad, ataviada de deseos incumplidos y reprimida por una sociedad que abandona con tanta facilidad.
De manera muy interesante, desde el comienzo nos deja en claro que las metáforas van a ser constantes y que se nos exigirá la máxima atención como espectadores activos. Dónde rápidamente nos daremos cuenta que lo que parece una historia bastante normal de una pareja común, son en realidad solo caretas, inventos vistos desde la perspectiva alejada del tiempo. Pequeños retazos de mentiras que el protagonista de esta historia ha creado para llenar sus más grandes vacíos existenciales.
Durante la película podemos ir deduciendo que la historia no se trata de la protagonista que nos plantea en un comienzo (Lucy) sino más bien de Jake, el novio que terminaría siendo el conserje que tanto se nos muestra con antelación durante el rodaje. Jake es quien le da vida a ella, cargándola de sus anhelos, de sus deseos más íntimos y creando un personaje que encarna su más grande fantasía: La de haber sido aceptado alguna vez.
Pronto nos encontramos en la casa de los padres de Jacke, donde todo comienza a tomar giros surrealistas y cada vez más siniestros. Entendemos los orígenes de sus frustraciones, en una familia en la que se sentía superior, buscando escapes para expresar su inteligencia, rayando en la soberbia absoluta que luego se ve reflejada en conversaciones de una retórica cultural desmedida, que solo refuerzan la sensación de que teniéndolo todo, perdió su oportunidad en la vida.
Si bien la película no se encarga de explicar nada explícitamente, son las ambigüedades forzadas las que nos dan a entender que algo raro está pasando en todo lo que vemos. La narrativa deja de tener sentido lógico y es porque esta invención está siendo proyectada con nuevos matices, nuevos colores y sentimientos al frente de nuestros propios ojos. El narrador ha decidido mentirse una y otra vez y hacernos partícipe de sus propios anhelos frustrados.
La película es en sí misma un camino a la soledad profunda, esa que puede volver loco a un hombre y reducirlo a vivir de sus propias fantasías. Encerrado en sus quehaceres cotidianos, invisible al paso del tiempo, donde todo finalmente se mezcla cuando se llega al final del camino.