“¿Sabes lo mejor de ser invisible para el mundo? Qué nadie se fija en ti”. Es una de las frases que explica un poco la personalidad de la protagonista de la historia, Miren Rojo (Milena Smit) quien pretende darle valor al hecho de que no le presten atención, pero ocultando al mismo tiempo la desolación de sentirse completamente sola.
Algo similar puede verse en los rostros de las personas que se ven inmersos en una desesperación que los agobia mientras piden una ayuda que no logra tener resultados. Se podría decir que el villano de este relato es la impotencia que puede sentir una persona y el cómo eso moldea un comportamiento que llega al límite. Las circunstancias hacen al ladrón y en este caso es la vida misma la que marca los distintos caminos de cada persona.
Es lo que se puede abstraer de “La Chica de Nieve”, serie española producida por Atípica Films en colaboración con Netflix y basada en la novela escrita por Javier Castillo. La trama tiene lugar en Málaga, en víspera de navidad, en donde la desaparición de una menor de 5 años, Amaya, provoca un revuelo mediático que motivará una búsqueda por toda la zona para encontrar alguna huella que indique el paradero de la niña. Las pistas son muy pocas y el rastro de hija de la familia Martín se pierde entre las distintas teorías de la policía. Miren Rojo, universitaria que está haciendo su práctica en el periódico local, Sur, se decide a cubrir la noticia para ayudar a encontrar a Amaya y salvarla de un cruel destino.
Es una serie que sigue un relato que tiene un sentido y que engancha rápidamente. Quizás es la herencia de la novela, pero es innegable que tiene un ritmo que atrapa y que mantiene al espectador pendiente de lo que ocurre en sus 6 episodios.
Es una historia marcada por la violencia de género en muchos aspectos. En especial a través de la mirada de su protagonista, Miren, quién fue víctima de abuso sexual en el pasado y quien muestra secuelas del hecho a lo largo de los episodios, dejando en claro que no es algo que se pueda olvidar. Mucho menos perdonar.
La urgencia de encontrar a Amaya se ve potenciada al ver la desesperación en los rostros de sus padres, quiénes transmiten la impotencia de una familia que no sabe a quién culpar más que a ellos mismos. Situación que comienza a dañar el núcleo familiar y que podemos ver cómo va evolucionando a través de los años.
Y digo años porque la serie tiene saltos temporales que permiten acelerar el caso para ver su desarrollo. Algo que también se puede ver en la obra original, solo que de una forma más extrema. En el libro son hasta 60 cambios de época mientras en la serie nos centramos en 3, 2010, 2016 y 2019.
Estos saltos temporales nos muestran lo que han sido las vidas de los protagonistas en cuanto a empleo, relaciones, conexiones e incluso cicatrices o marcas que nos hacen preguntarnos qué ocurrió en esos 6 años en lo relacionado a la búsqueda de Amaya. Algo que siempre causa intriga en alguien que intenta conectar puntos.
La trama parte como la búsqueda de la menor, pero también involucra aristas que no se esperaban en un principio y que sirven para hacerse una idea de qué tipo de personas o agrupaciones pueden encontrarse al escarbar un poco sobre la superficie. Siempre hay algún secreto que se quiere mantener oculto y personas capaces de presionar para que esto se logre.
Robos, tráfico, una red de delincuentes o abusadores. Son muchos los peligros que hay entre los Martín y la ubicación de Amaya y ninguna explicación lógica al secuestro. Hasta que se llega a episodio que lo explica todo y que cumple la finalidad de ser creíble y entendible dentro del mundo que se construyó.
También se presenta una dualidad entre lo bien que le hace al mundo (económicamente) el morbo del dolor del caso, la fama que genera para el diario cada actualización de Miren y el dolor honesto de todos quienes quieren encontrar a la niña. Se puede también en los jefes de policía que quieren que los encargados de su departamento encuentren a la menor para quedar bien con la prensa a nivel político, no por la urgencia de salvar una vida.
Demuestra algo que es recurrente en estos casos: solo hay unos pocos verdaderamente preocupados por Amaya y el resto está ahí por la noticia. La búsqueda es rápidamente abandonada y la victima queda sola. Algo que se puede apreciar en la vida misma.
Es una serie policial en donde la policía parece estar de adorno. No es que hagan mal su trabajo, de hecho todo lo que hacen demuestra experiencia en el tema, pero les cuesta un mundo conseguir los resultados esperados. Es la misma Miren quien descubre cosas a través de su intuición. Un recurso literario que en esta oportunidad le quita protagonismo a quienes debieran ser los principales agentes en la búsqueda.
El final termina siendo algo decepcionante. No porque el camino al desenlace sea malo, sino porque las subtramas que lo rodearon terminaron siendo mucho más atractivos que la historia principal. Quedamos con gusto a poco al no poder adentrarnos en esas aristas que queremos ver y resolver. Pero un mensaje entregado al final de la temporada nos prepara para una posible secuela de Miren Rojo, la que seguiría la historia de otro de los libros de Castillo, “El Juego del Alma”.
Depende de Netflix el qué pasara con el futuro de la saga. De momento, La Chica de Nieve se ha posicionado como la tercera serie más vista a nivel mundial en la plataforma, por lo que éxito y futura segunda temporada parecen estar asegurados.