Netflix vuelve a la carga con una producción coreana, país de moda en la plataforma de streaming, y nos entrega una historia fascinante que promete entretener a cualquier fanático del drama oriental, Narcosantos.
Esta serie, escrita y dirigida por Yoon Jong-bin e inspirada en un caso real, nos cuenta la historia de Kang In-gu, un hombre de bien que toda su vida ha tenido que luchar para poder subsistir en una sociedad que tiende a mirarlo desde arriba. Siempre ha hecho lo necesario para obtener dinero y apoyar financieramente a su familia y por lo mismo es que pone especial atención cuando aparece frente a él la posibilidad emprender con la venta de peces en el extranjero.
Parte a Surinam para empezar su negocio y todo va viento en popa hasta que ocurre un problema en el envío de sus rayas. Nadie se explica cómo, pero In-gu ha quedado en medio de una disputa entre narcotraficantes y policías y ahora deberá buscar la oportunidad de escapar para volver con su familia, pero no sin antes recuperar todo el dinero perdido en su inversión.
“ALELUYA”
Narcosantos es una serie entretenida que obliga al espectador a mantenerse frente a la pantalla producto de sus giros y manera de relatar los hechos. Es una producción dramática que por momentos pasa a ser una comedia negra. Una serie que se centra en personajes más que en situaciones, pero que no tiene miedo de invertir en tanques y armamento pesado de ser necesario
Son 6 episodios de alrededor de una hora de duración que abarcan los muchos acontecimientos que pasan en la vida de In-gu. Uno podría tildar como un error el relatar tantos hechos en tan poco tiempo, pero la dirección de la serie hace un trabajo excepcional conectando todos los puntos para hilar la trama.
No es una serie que se base en balas y enfrentamientos para llevar su historia, pero sí una que aprovecha estos elemento para agregar una tensión y suspenso que se mantienen constantes a los largo de la temporada.
Nada pasa solo por casualidad. Todo tiene un orden y una secuencia que permite que la historia de Narcosantos se vaya construyendo de a poco hasta que explota en los últimos episodios. Se toman la molestia de explicar las distintas situaciones para que el espectador tenga una idea de todo lo que está en juego y quiénes son los enemigos.
El villano de esta serie, Jeon Yo-hwan, es un pastor que lidera la iglesia católica más grande de Surinam y una persona al que todos respetan por su servicio. ¿Cómo es que alguien así termina dentro del negocio del narcotráfico internacional? Es parte del atractivo de una producción que se asegura de no dejar cabos sueltos y de explicar las motivaciones de los personajes principales para conocerlos de verdad.
En relación a este punto, la dirección hace un buen trabajo al aprovechar el trasfondo de los personajes y ubicaciones para desarrollar la trama. Por ejemplo, Surinam es un país que es habitado por gente de todo el mundo y en donde no hay un idioma preponderante. Hecho que explica que los personajes puedan hablar coreano, chino, español e inglés sin caer en la parodia o en la crítica por hablar mal alguna lengua. Lo mismo pasa con In-gu o el Pastor, quienes adquirieron ciertas habilidades en su pasado que ahora aplican como herramientas para sus distintas acciones. De nuevo, todo tiene un orden y una razón.
“No sabes negociar”
Ya podemos decir que los coreanos se han graduado como unos genios en lo que a creación de personajes consiste. Cada aparición en la serie tiene un sentido acorde a la trama y cada uno de los distintos actores tiene una presentación que agrega un elemento que es aprovechado en algún episodio.
Kang In-gu es un inocente que es introducido en una lucha que nunca debió haber presenciado, pero está lejos de ser un desvalido que no sabe qué hacer. In-gu es un hombre inteligente, capaz de valerse por sí mismo y con una misión clara que lo mantiene centrado en su objetivo.
Es un hombre que ha tenido que negociar desde pequeño para poder subsistir y que en este punto está llevando a cabo el negocio más importante de su vida, aunque sea involuntario. Esa capacidad de negociar es lo que asombra. La habilidad de sacar provecho de las situaciones más desfavorables con la esperanza de que la palabrería lo puede sacar de todos los problemas que enfrenta. Más aún cuando este negocio, en efecto, también beneficia a los enemigos de In-gu, quién aprovecha todos los factores de su entorno para avanzar en su misión.
Es una fórmula que ya hemos visto en producciones como Breaking Bad, por lo que no se puede decir que es original, pero sí es única en la mezcla de personajes irreverentes, algo de comedia y el peligro inminente de tratar con narcos internacionales. Por momentos es una serie ligera que nos aleja un poco de la imagen oscura que rodea a los carteles de droga, pero que de un bofetón nos devuelve a la realidad al ver escenas crudas que nos hacen recordar el peligro que acecha al protagonista.
No es una serie perfecta, pero sí una a la que cuesta encontrarle puntos negativos (salvo la exageración que explican al comienzo de cada episodio). La música es acorde a los eventos, el montaje está bien empleado, la fotografía es digna de Hollywood y la acción, puesta en puntos específicos, no defrauda en lo más mínimo. De hecho es lo contrario, uno no espera ese nivel de agresividad en una serie que es principalmente drama. Y se agradece.
Su final es concluyente y no debería tener una segunda temporada, aunque sí deja un detalle en “veremos”, quizás siguiendo el mismo ejemplo de El Juego del Calamar. La ventana siempre va a estar abierta a un mundo de posibilidades. Corea se ha ganado el derecho de poder especular sobre el futuro de sus proyectos.