Cuando liberaron el trailer de “The Devil All the Time” o “El Diablo a Todas Horas” el pasado Agosto, resonaba una promesa con un tremendo elenco compuesto por Tom Holland, Robert Pattinson, Bill Skarsgård, Sebastian Stan, Eliza Scanlen, Harry Melling, entre otros. Es cómo si el director Antonio Campos hubiese buscado con pinzas a las mejores promesas de una generación de actores que lo único que han hecho es mejorar y que se encuentran en un momento dorado de sus carreras. Sin embargo, pareciera ser que la necesidad de mostrar tantos elementos en pantalla y aprovechar al máximo sus personajes, haya sido el motivo de porqué esta película no hace más que desaprovecharlos y hacerlos competir en vez de unirlos en una sola historia en común.
La historia comienza con Willard Russell (Bill Skarsgård), quizás el personaje mejor desarrollado de todo el filme. Un ex militar que de vuelta de la guerra ha traído consigo los traumas del campo de batalla. Secuelas que lo han hecho buscar respuestas a través de una religión marcada por la ignorancia y la búsqueda personal de íconos y rituales inventados desde una mente y una alma rota.
Su lucha continuará aún en esta nueva vida que comienza, llena de pérdidas que el personaje es incapaz de comprender por sí mismo, arrastrando a su pequeño hijo Arvin a sus traumas más profundos, dejándole solo secuelas para el resto de su vida. Es él quién se transformará en nuestro protagonista en el resto de la película y veremos en él lo que parece ser el motivo central de esta historia: La herencia del mal y la lucha contra una religión que ofrece oscuros caminos de redención.

The Devil All The Time / Wilson/Netflix © 2020
En los siguientes actos de esta película, todo se desborda en personajes que aparecen y desaparecen fugazmente en una rápida sucesión de hechos, todos ligados a una maldad absoluta con tintes religiosos. Todo este proceso se repite una y otra vez, desarrollando muy poco la historia detrás de ellos, de sus motivaciones y sus personalidades. A la vez que se ve apresurado, también es forzada la forma en la que se trata de juntar todas estas líneas de la historia con nuestro personaje central.
El largometraje tiene tantas historias por contar, tantos personajes que desarrollar, tantos buenos actores que mostrar en pantalla y a la vez muy pocos matices. Es como si cada una de las historias que nos cuenta estuviesen cortadas con exactamente la misma tijera, logrando que todo este espectáculo de atrocidades se vea plano y carente de un sentido más profundo. Fácilmente muchos de sus personajes merecerían un spin-off que desarrollara sus orígenes, porque no dejan de ser interesantes aunque claramente mal aprovechados por esta película.
Cabe destacar el excelente trabajo de fotografía del cinematógrafo Lol Crawley (“The OA”, “45 Years”) que nos amplía una sensación muy específica de mediados de siglo XX en una Norteamérica profunda y escondida. Donde la atmósfera muy bien trabajada nos lleva a perdernos en un pueblo olvidado por la ley y quizás, porqué no también, lejos de la mirada de Dios.
Otro de los aspectos destacables de esta producción son las sorprendentes actuaciones de su elenco, que con pocos momentos donde lucir, le sacan provecho a sus interpretaciones. A Tom Holland lo vemos casi forzadamente rudo, pero con escenas físicas muy creíbles; Bill Skarsgård desarrolla una intensidad actoral que nos lleva por todas las emociones posibles, pero es Robert Pattinson quién es, quizás, el que se transformará en el ícono de esta historia, interpretando a un pastor de la iglesia local que detestamos desde su primera aparición. Pattinson ha demostrado tener un control físico y casi enfermizo en su caracterización del reverendo Preston, destacando sus dos homilías frente a los feligreses donde desborda un cinismo que nos hará desarrollar pensamientos oscuros y vengativos en contra de su personaje
Esta película claramente es una afronta a la religión imperante, a la devoción absoluta y al poder que ésta tiene cuando se aprovecha de la ignorancia de sus feligreses, sin embargo pareciera perder el sentido en su narrativa tan extensa, llena de quiebres y antojos que lo que parecen buscar es solo generar más morbo por sobre el valor de una historia bien contada.